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Libre para ser

Recuerdo estar sólo, pero no tranquilo, en mi mundo, y que otros llegasen y me sacaran de éste a base de golpizas e improperios. La desorientación tanto física como mental; mi cuerpo agitado por no saber de dónde venía tal abrupto estímulo, y mi mente agitada justamente por lo contrario: "porque soy cómo soy y no por cómo debiera".


Cuando era niño y sufría acoso escolar en el colegio una de las palabras que más oía era "maricón". Entonces no entendía lo que significaba eso. En su momento pensé que se referían a alguien que no le gustaba el fútbol, que le gustaba dibujar, que prefería leer en los recreos, o que estaba siempre sólo, y de algún modo lo interioricé. Esa definición no servía, ya que por una parte veía que la palabra se lanzaba de unos a otros entre niños con intereses muy diferentes a los míos y que de igual modo cambiaba el tono en que se pronunciaba. El tono que recibía yo era tremendamente hostil, y no entendía por qué ese era el que merecía.


No sería hasta tiempo después que, a través de las explicaciones de otros (más o menos acertadas, y con mejor o peor intención) y mi propia observación de un mundo que se esfuerza en ocultar la diversidad que tanto lo caracteriza, entendí a qué se referían, o más bien a quiénes. Pero yo no era gay. No tenía, como llevan diciendo algunos desde hace décadas con la esperanza de que sea una moda pasajera o un mal finito, "tendencias homosexuales", ni entonces ni ahora; pero eso no parecía ser razón de peso suficiente como para que dejasen de llamarme así. De igual modo es un calificativo que se me ha atribuido de nuevo, errónea y malintencionadamente, largo tiempo después de abandonar la educación escolar, aunque sin el mismo impacto de entonces a fuerza de la costumbre. El detonante podía y puede ser cualquier cosa, desde una confrontación directa a una desavenencia momentánea, o incluso simplemente existir en el mismo espacio que los que lo profieren que parece que llevasen un arma cargada en todo momento, sin seguro, y con ganas de usarla a la mínima excusa. Lo cierto es que ni siquiera necesitan una.


Recuerdo que por mucho tiempo quise dejar de ser "maricón", algo que no sabía qué era pero sí lo que implicaba: ser menos "yo". Pero por mucho que quisiese ser aceptado no quería que fuese a costa de mi verdadero yo; no quería vivir una mentira, y como también aprendí más tarde, esas palabras son un reflejo del que las emplea y no de hacía quiénes van dirigidas. No conocía a Samuel, y tengo la horrible certeza de que nuestras experiencias a lo largo de nuestras vidas no han sido comparables, pero aún así me veo capaz de empatizar con él, sus seres queridos y el colectivo del que formaba parte por mi experiencia y porque estoy seguro de que Samuel quería poder estar en paz y feliz sin temer un asalto a su integridad de la nada, ser aceptado y querido no a pesar de ser como era sino precisamente por ello mismo, y desde luego no quería que las últimas palabras que oyera fueran de odio y violenta ignorancia; y yo tampoco quiero eso. Aunque yo no sea gay, si muriera y oyera las mismas palabras querría que a la hora de hacer justicia se persiguieran todas las causas, veladas y explícitas, que se encontraban tras la fuerza que me arrebató la vida, que se extirpe todo el odio que fue incapaz de aceptar mi existencia y la de tantos otros como yo antes.


Estés donde estés, reconforta saber que en lo que queda de lucha ya no podrán sacarte de tu mundo.


Texto de @redstrongholds


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